
Una tarde rondaba un centauro por la orilla del mar, de repente lo que pensó era el sonido de la brisa, era una sirena que emergía desde el fondo del mar. Su canto era melodioso, su cara angelical, sus pechos semi cubiertos por el manto de su hermosa cabellera, su cola larga entre dorados y azules. Una imagen tan ensoñadora como sus cantos seductores.
El centauro se quedó en un trance, en un mar tranquilo y cristalino, la seguió con la mirada. La sirena sintió la fuerte mirada del centauro y bruscamente dio la vuelta, asustada ante aquel ser imponente que tenía frente así, pensó sumergirse y perderse en las profundidades del mar, pero algo el decía que no lo hiciera, que era inofensivo.
El centauro acentuó los labios en una lenta sonrisa con delicadeza, para que al sirena no se auyentara. La sirena ante aquel gesto tan gentil extendió unas de sus manos hacia el centauro y salpicó ligeramente su rostro con el agua salada. El con el corazón palpitante escuchó el canto de la Sirena que entre palabras húmedas le susurro:
Soy hija del mar y del sol candente,
vivo entre conchas blancas, azules y doradas
mis amigos son los delfines,
tengo caracoles repletos de palabras
si algún día necesitas escuchar.
Bajo la arena están enterradas mis penas
y una alfombra de algas cubre mi paso,
y como a las olas del mar, las gaviotas
y la brisa vienes a disfrutar
venid cuando gustes a escucharme cantar.
El centauro conmovido por aquellas palabras le contestó:
Tus palabras las guardaré en una caja de cristal
sintiendo cada latido de tu corazón de sirena,
no cambiaré tu melodía, ni por los cantos de orfeo,
ni por las estrellas de orión, vendré bajo el cielo azul,
o bajo la luna plateada, serás mi cáliz y mi flor
tu canto es cómo un poema, y entre el sonido del mar,
bailaré al son del viento y de tu melodioso cantar.
Sonriente, la sirena se dejó resbalar en el mar, se despidió del centauro, se perdió entre las aguas, mientras en el horizonte un primer rayo naranja anunciaba que sol se estaba por ocultar...